Cuentos del mundo
El Juez y el zapatero (Alemania)
En una población a orillas del río Rhin vivía un juez que no tenía muy buena fama. Le reprochaban, sobre todo, en boz baja, eso sí, que no aplicaba la ley a todo el mundo por igual. De acuerdo con sus sentencias, para los ricos y poderosos, para las personas que disfrutaban de una buena posición y de influencia, la ley era amable y benigna, flexible y casi amorosa, como una madre. En cambio, para los pobres y los humildes, los desvalidos desprovistos de influencia, la misma ley aplicada por el juez era una ley dura, rigurosa, inflexible, áspera, de una severidad extrema. No se podía decir, en el caso de aquel magistrado, que la justicia tuviera una venda delante de los ojos y no hiciera diferencias.
Un día, el juez fue a ver a un zapatero que tenía el taller en la parte baja del Puente de Piedra y le entregó un par de zapatos. El zapatero se llamaba Hans Sacs y era famoso por su maña y su oficio, así como por la calidad de sus zapatos. Hans Sacs tomó las medidas del pie del juez y le dijo que pasara al cabo de ocho o diez días, que ya le tendría los zapatos terminados.
Al cabo de diez días, el señor juez volvió al taller de Hans Sacs, quien le dio los zapatos que l e había confeccionado. ¡Y qué par de zapatos! dos zapatos bien hechos de verdad, dos espléndidaspiezas de artesanía, casi dos obras de arte. Ahora bien, uno era muy diferente del otro. El zapato del pie derecho era un zapato plano, de color claro, de piel de ternero con una hebilla de plata, y el otro, el del pie izquierdo, era un zapato de media caña, negro, que se abrochaba con un lazo de seda.
El juez observaba aquel par de zapatos y no salía de su asombro. No había visto nunca un caso parecido. CUando un zapatero hace un par de zapatos, el del pie izquierdo siempre es igual al del pie derecho...
- ¡Escuchad, maestro Sacs! ¿Por qué los dos zapatos no son iguales? ¿Pretendéis reíros de mí?
- ¡Señor juez, esto no debería extrañaros! He hecho con los zapatos lo mismo que hacéis vos con vuestras sentencias: en casos parecidos aplicáis la ley a unos de una manera y a otros, de otra muy distinta.
EL BARBERO Y EL LEÑADOR (EGIPTO)
Hace mucho tiempo, en la ciudad del Cariro, vivía un barbero que era más listo que el hambre.
En una ocasión vio pasar por delante de la barbería a un leñador con un burro cargado de leña y le propuso un trato:
- Por diez monedas te compro toda la madera que traigas a lomos del burro.
Al leñador le pareció un buen negocio, así que hicieron el trato formalmente. Descargó toda la leña, la apiló en la barbería y pidió el dinero convencido. Pero el barbero le dijole dijo que antes le tenía que dar el baste de la silla de montar, que también era de madera, y por lo tanto, también entraba en el trato. El leñador furioso, no estuvo de acuerdo. Alegó que en la compra de una carga de leña jamás se había incluido el baste.
- Lo siento - dijo el baerbero. - El caso es que hemos hecho un trato, y un trato es un trato.
¡Pues solo faltaría que no respetáramos la palabra dada!
Y añadió que, si no le daba el baste, se quedaría toda la leña sin pagarle nada.
El leñador tuvo que conformarse, pero fue a explicar el caso al juez, que tenía fama de justo. EL magistrado lo escucho con toda la atención y declaró que no le podía dar la razón: los tratos son los tratos y deben cumplirse. Ahora bien, le hizo una sugerencia que al leñador le pareció muy adecuada.
A la mañana siguiente, el leñadorentró en la tiendade aquel barbero tan pícaro y le preguntó cuánto le cobraríapor afeitarlo a él y a su compañero. Y convinieron el trato de tres monedas por los dos. El leñador se sentó, el barbero lo afeitó y, cuando hubo acabado, el leñador le dijo:
-Un momento que voy a buscar a mi compañero.
Y, al cabo de un rato, regresó con su burritoy dijo al barbero que aquel era su compañero. Le pidió que lo afeitara bien afeitado, tal como habían convenido. Entonces fue el barbero el que protestó indignado.
- ¿Dónde se ha visto que un barbero afeite a un burro? - exclamaba el barbero, exaltado, como si acabara de recibir un insulto.
- Lo siento - dijo el leñador -. El caso es que hemos hecho un trato, y un trato es un trato. ¡Pues solo faltaría que no se respetara la palabra dada!
Tuvieron que llamar al juez, que dio la razón al leñador. Así que el barbero tuvo que afeitar al burro del leñador, cosa que le llevó unas cuantas horas de trabajo. ¡Cómo se reía la gente del barrio, que se había reunido alrededor de la tienda, atraída por aquel caso tan singular!